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La Omnisciencia y el libre albedrío



-Por el Rav Uri Sherki

Una antigua pregunta

Ya casi durante 2500 años – desde los tiempos de Aristóteles hasta nuestros días – filósofos y pensadores de todas las religiones han estado tratando de responder a una antigua y seria cuestión – la cuestión de la previsión divina y el libre albedrío: ¿Cómo es posible que el hombre es libre de actuar como quiera, si Dios sabe de antemano lo que va a elegir? Por ejemplo: Uno podría decidir levantar su mano derecha. ¿Acaso Dios sabía que él iba a levantar su mano antes de que él lo hiciera? Si Dios sabía – entonces él no tenía libre albedrío. Y si Dios no lo sabía – entonces Dios no es omnisciente. El conocimiento Divino y la elección humana aparentemente se contradicen entre sí.

Encontramos entre los sabios de Israel una serie de enfoques para tratar este tema:

El sabio Gersónides afirmó que el conocimiento divino no contradice el libre albedrío humano, ya que no incluye a aquellos actos que son el resultado de la libre elección. En su opinión, no hay una denigración al sugerir que Dios no sabe ciertas cosas específicas. Si sería denigrante sugerir que Él no sabe lo que es cognoscible, pero las cosas que dependen de la elección son esencialmente incognoscibles. Por lo tanto, no hay deficiencia en Su «no saber» de ellas.

El sabio Rabbi Hasday Kreskas discrepó fuertemente con esta comprensión de Gersónides, ya que no es posible limitar el conocimiento divino de ninguna manera. Sin embargo, como resultado de esto, él terminó limitando el significado de la libre elección humana: «Todo se sabe desde el lado de nuestra últimas causas, pero parece ser elección solo de nuestro lado». Dios creó en el hombre la conciencia de la elección, sin embargo, en realidad el hombre no tiene libre albedrío.

Acerca de este enfoque, el Rab. Don Yitchak Abarbanel escribe (en su comentario a Génesis 18:20): "Me sorprendió ver que este rabino piadoso escapó del fuego ardiente de la herejía de algunos de los comentaristas, sólo para caer en ella en el final." Es decir, Hasday Kreskas intentó escapar de la herejía de Gersónides sólo para caer en una herejía aún peor. Quería salvar a la omnisciencia de Dios, y terminó menoscavando el concepto de la libre elección. Por lo tanto el Rab Abarbanel decide que tenemos que volver al enfoque de Maimónides en este asunto. La opinión de Maimónides:

Cuando Maimónides aborda la cuestión de la omnisciencia de Dios en oposición al libre albedrío, en su introducción a la Ética de los Padres, afirma: «Por tanto, escucha lo que digo y contempla profundamente – porque esto es, sin duda, la verdad». Maimónides hace hincapié en que en sus palabras nos encontraremos con una dirección fundamental para el pensamiento que nos salvará de las deficiencias de otros métodos. Veamos sus palabras en las Leyes de Teshuvá (5, 5):

"Debes saber que la resolución a esta cuestión [se puede describir como sigue]:

‘es más larga que la tierra y más ancha que el mar’ Muchos grandes principios fundamentales y elevados conceptos dependen de ella, pero debe ser conocido y entendido [como base para la comprensión de la materia] que: «…El Santo, bendito sea, no sabe con un conocimiento que es externo de Él, al igual que los hombres, cuyos conocimientos y su yo son dos [entidades diferentes]. Más bien, Él, alabado sea su nombre, y su conocimiento, son uno. 

El conocimiento humano no puede comprender este concepto en su totalidad. En consecuencia, no tenemos el potencial para concebir cómo el Santo, bendito sea, conoce todas las creaciones y sus obras, sin embargo, debemos saber sin duda alguna, que las acciones del hombre están en sus [propias] manos y El Santo, bendito sea, no le lleva [en una dirección particular] y no decreta sobre el hombre hacer de esta manera (y no de otra)…"

Podríamos entender la respuesta de Maimónides como sugiriendo que esta pregunta es tan profunda, que no tenemos la posibilidad de responder.

Sin embargo, en una lectura más exacta de las palabras de Maimónides, se hace evidente que él quería darnos una respuesta a la pregunta: En sus palabras, no hay necesidad de buscar una respuesta a esta pregunta, ya que esta es una pregunta inválida. Podemos relacionarnos con cuestiones profundas de dos maneras: La primera forma es decir que es una buena pregunta y después de comprobar y ver si es que tenemos una respuesta o no. 

La segunda manera es decir que la pregunta, como fue formulada, no se puede llamar una pregunta. Si, por ejemplo, uno fuera a preguntar si una naranja es amarga o dulce, esto sería un tipo adecuado de pregunta, la cual merece una respuesta. Pero si preguntara si la luz de la lámpara es amarga o dulce, esto no sería una pregunta legítima en absoluto, ya que «amargo» y «dulce» son definiciones relacionadas con el sentido del gusto, mientras que la luz pertenece al sentido de la vista.

Lo mismo sucede con la cuestión de la omnisciencia de Dios y el libre albedrío: De las palabras de Maimónides está claro que él pretende negar la posibilidad de hacer esta pregunta. Es imposible preguntar si el libre albedrío contradice el conocimiento divino desde que el hombre no tiene ninguna comprensión del conocimiento divino en realidad. Maimónides se refiere al libro «Metafísica» de Aristóteles para apoyar su posición. 

Allí, Aristóteles afirma que el conocimiento divino es idéntico a la propia Divinidad. No es una adición externa de información. Del mismo modo que el hombre no puede comprender la esencia de la Divinidad, no puede entender la esencia de su conocimiento, y por lo tanto, no puede afirmar que existe una contradicción entre este concepto y el concepto de la libre elección.

Digámoslo de otra manera: En la opinión de Maimónides es imposible hablar usando la terminología positiva acerca de la esencia de la Divinidad, ya que hacerlo, significaría crear un sistema de comparaciones entre lo Divino y el mundo. Los únicos términos que pueden utilizarse para describir al Creador son «atributos adscritos negativamente» – nosotros negamos en la divinidad las carencias que encontramos en el mundo (y es incluso apropiado negar de él virtudes, ya que estas también son una carencia con respecto a Él, pero el lenguaje humano permite el uso de términos de elogio, solo por la necesidad humana de servir y relacionarse de modo alguno con el Creador). 

Por lo tanto, podemos concluir con certeza que Dios es omnisciente ya que esto es en realidad un atributo negativo – nada es desconocido delante de él. Pero no tenemos forma de entender la afirmación: «Dios sabe». No podemos usar términos de saber o no saber en relación con Aquel que está más allá de todo saber o no saber. Si le preguntáramos a un niño, por ejemplo, «¿Vale la pena ser primer ministro?» Él podría responder: «¿Acaso Juegan canicas en la casa del primer ministro?» Este es el criterio que el niño tendrá en cuenta para resolver la cuestión. 

Es evidente que esto no es un criterio adecuado, pero ese es su nivel de comprensión. Así también, cualquier conversación de saber o no saber en relación con lo Divino apunta a algo más allá de nosotros, ya que los conceptos del hombre están limitados en relación con el infinito.

Siempre que el hombre habla de lo Divino no debe tomar demasiado en serio su discurso. La discusión sobre si Dios existe o no existe es en realidad fútil, ya que es imposible contener lo Divino en los conceptos humanos de «existe» o «no existe». Del mismo modo que no podemos discutir acerca de Dios, si Él es amargo o dulce, no podemos decir que Él existe o no existe. 

Sería ridículo afirmar: «Mi amigo es un hereje, ya que él no cree que Di-s es de miles de millones de metros de altura…» En el momento en que alguien dice con seriedad que él piensa que Dios existe, esto despierta automáticamente oposición en el otro, que siente que tal declaración no es válida. 

El Rab. Abraham Isaac Kook (el primer rabino jefe en la Tierra de Israel y entre los más grandes pensadores judíos en la Edad Moderna, 1865-1935) explica en varios lugares que la principal función de la herejía, es purificar la mezquindad del pensamiento del hombre (tanto religioso como laico) sobre sus concepciones de la Divinidad. 

No es que el no creyente está diciendo, como respuesta, que la declaración «Dios existe» es incorrecta, sino más bien el declara: «Dios no existe», lo cual es igualmente incorrecto. Es por esto que el Rey David dice en sus salmos (Salmo 65:2): «Para Ti, el silencio es alabanza». Cuando queremos hablar sobre la esencia de la Divinidad, lo mejor es permanecer en silencio.

La cuestión básica para la que el judaísmo ofrece una respuesta no es si Dios existe o no existe, sino si hay revelación o no hay revelación; si la profecía se encuentra dentro del reino de la posibilidad. El momento en que uno empieza a pensar en lo Divino, crea una teología, y en cada teología hay un aspecto de la idolatría. 

En otras palabras, un judío no puede decir nada acerca de lo Divino, pero él puede decir con certeza que Dios habla. Es la experiencia del encuentro profético la que constituye la verdadera relación del judaísmo con el concepto de la Divinidad. Todo está previsto; y sin embargo, la libre elección es concedida

En verdad, el primer sabio en Israel para hablar de la cuestión del conocimiento Divino y el libre albedrío fue Rabbí Akiva. En la Ética de los Padres (3:15) afirma: «Todo está previsto, y sin embargo, la libre elección es concedida» De acuerdo a la explicación de Maimónides de esta Mishná, «todo está previsto» significa que Dios lo sabe todo de antemano, y que «la libre elección es concedida» significa que la elección se da en las manos del hombre. 

Rabbi Akiva no resuelve el problema, sino que puso ante nosotros dos hechos: Sepa que la libre elección es cierta – «se concede libre elección». Y sabe que el conocimiento divino es cierto – «todo está previsto». 

En lugar de intentar alguna excusa filosófica, simplemente nos dio la conclusión. Esto nos recuerda un poco la discusión entre los físicos acerca de si la luz es una onda electromagnética o una partícula. La conclusión fue que la luz es a la vez, la una y la otra. El hombre no tiene la capacidad de visualizar mentalmente esta comprensión, no obstante, esta es la verdad, porque hay dos formas en que la luz se puede medir. 

Lo mismo se puede decir de la cuestión del conocimiento Divino y la libre elección: Tenemos el conocimiento intelectual claro, que la Divinidad sin duda sabe todo. Y tenemos conocimiento empírico y experimental de que el hombre es libre para elegir. Debemos aceptar estas dos concepciones juntas.

En realidad, el significado de «saber Divino» para nosotros, es sólo a modo de negación – nada escapa al conocimiento de Dios. Sin embargo, la manera en que todo está revelado ante Él, está más allá de nuestro alcance. Una doble lectura en la realidad

Es sobre la base de las palabras de Maimónides que Rabbí Tzadok el Cohen de Lublin (gran rabino del movimiento jasídico, 1823-1900) introdujo una profunda idea (en su libro Tzidkat HaTzaddik, 40). Según él, el momento en que Maimónides liberó a nuestro pensamiento de tratar de resolver la cuestión de la omnisciencia de Dios y la libre elección, nos ha enriquecido con una doble lectura de la Torá y de la realidad en su conjunto. 

Es posible leer tanto la Torá y la realidad como un todo desde un punto de vista que se basa en el supuesto fundamental de que el hombre tiene libre albedrío, según la cual no hay necesidad de mencionar el conocimiento Divino. Y también, es posible leer tanto la Torá y la realidad en su conjunto con el supuesto fundamental de que Dios lo sabe todo antes de tiempo, y de esta manera uno no tiene por qué hablar de la libre elección.

Echemos un vistazo a uno de los eventos difíciles durante la generación que deambulo por el desierto 40 años luego de la salida de Egipto, el pecado del becerro de oro. De acuerdo con la opinión de que se basa en la idea de la libre voluntad, Dios, en la entrega de la Torá, prohibido hacer ídolos (estatuas) e inclinarse ante ellas. 

Los Hijos de Israel, sin embargo, optaron por hacer un becerro de oro y reverenciarlo. Ya que transgredieron el mandato divino, era necesario que nuestro maestro Moisés, rompa las primeras tablas que contenían los Diez Mandamientos, y sólo después que Di-s perdonó el pecado que los hijos de Israel hicieron, solo entonces recibieron las segundas tablas de la ley. 

Esta sería la primera lectura de la historia, y su título sería, «Las Segundas Tablas – Después de los hechos». Si los Hijos de Israel no hubieran pecado, las primeras tablas no se habrían hecho añicos, y las segundas tablas nunca habrían llegado al mundo.

Ahora, de acuerdo con una lectura basada en la suposición de la omnisciencia Divina, sin embargo, tendríamos que decir que Di-s quería dar las segundas tablas, pero no se las podía dar a menos que las primeras tablas fueran hechas añicos primero. Por lo tanto, los hijos de Israel tenían que hacer el becerro de oro con el fin de causar que Moisés rompiera las tablas. El título de esta historia sería, «Las Segundas Tablas – Desde un comienzo». De acuerdo con esta lectura, el pecado del becerro de oro fue parte del plan divino.

Hay una famosa ley de la lógica: dos opuestos no pueden coexistir en un mismo y solo tema. Una puerta, por ejemplo, no puede estar abierta y cerrada al mismo tiempo. Sin embargo, ya que el Creador es la fuente de toda la realidad Él también es la fuente de todas las categorías de pensamiento. Por lo tanto, Él no está limitado por ellos.

En la vida del día a día estamos obligados a invocar la lectura que se basa en la libre elección, ya que la lectura basada en la previsión divina podría llevar a desviaciones morales. Se podría llevar a cabo todo tipo de abominaciones y reclamar que estas obras son parte del plan divino.El paso entre los puntos de vista

Hay que añadir al enfoque de Rav Tzadok de Lublin un estrato necesario. El Rav Abraham Isaac Kook nos enseña que nuestra capacidad de movernos de un punto de vista al otro se conecta con el concepto de Teshuvá – volver a Dios o arrepentimiento. Siempre y cuando un hombre no se ha arrepentido de su pecado, está sujeto al mundo de la libre elección – las posibilidades se habían abierto ante él, la elección era suya, y él es juzgado por su elección. Sin embargo, cuando el hombre hace Teshuvá y vuelve a Dios , puede elevarse hasta el punto de vista de la omnisciencia divina.

¿Cómo es esto? Siempre y cuando el individuo no ha vuelto de su pecado, su voluntad está entrelazada con ese pecado. El quiere la mala acción que ha llevado a cabo, y por lo tanto es juzgado por ello, debido a que el acto es de él, le pertenece. Sin embargo, en el momento en que hace Teshuvá y lamenta el acto errado, su voluntad se desarraiga del acto. Él ya no llevará a cabo tal acto, y desearía también que nunca lo hubiera hecho en el pasado. 

Cuando este desarraigo de la voluntad del acto mismo tiene lugar, el acto cae de nuevo bajo la «responsabilidad» de Dios. De este modo se convierte en completamente bueno, Di-s quería que este acto apareciera en el mundo ya que era parte del plan general. Este es exactamente el punto de paso a la otra lectura de la realidad, la cual se lleva a cabo de acuerdo con la idea de la omnisciencia divina.

Expliquemos esto más: El hombre puede afirmar que todas sus malas obras en realidad pertenecen a Dios, ya que es el que da existencia a la creación, en cada momento, y es él quien le dio vida en el momento de la transgresión. 

Sin embargo, esto no es cierto, ya que entre la concesión de la existencia del acto, por parte de Di-s, y el acto mismo, se encuentra la voluntad del hombre. El individuo que peca, desea este mal desde su propia voluntad, y esto constituye una especie de pantalla colocada entre el acto mismo y la voluntad de Dios. Por lo tanto, Dios le dice al hombre: Puesto que tú deseas el acto, eres responsable de él. En cambio si ya no deseas el acto, debes retirar tu voluntad de él, de este modo se incorporará al punto de vista de lo Divino.

(Tomado del Centro Noajida Mundial -Traducción del Hebreo)

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