Por el Rebbe de Lubavicht. Rab Menachem Mendel Schneerson
Aunque Di-s creó al mundo concediendo a sus habitantes, la libertad de elección entre el bien y el
mal, Él nos ha dado las herramientas y las instrucciones necesarias para estimularnos a elegir el
bien: un Divino código moral, que data de épocas anteriores a cualquier código humano, el único
que tiene una aplicación atemporal y universal para el logro de una sociedad buena y moral. Este
código Divino, que es conocido como “Las siete leyes de Noé”, o Código Noédico, establece una
definición objetiva de “bien”, una que se aplica a todos los pueblos. Pues como la historia
reciente lo ha evidenciado, un sistema moral que se sostiene sobre las bases de ideas humanas
de bien, es relativo, subjetivo y esencialmente poco persuasivo.
Tanto educadores como agentes
legales han podido comprobar que ni la intimidación ni la amenaza de un castigo pueden
desarrollar en el hombre un sentimiento profundo de responsabilidad moral. Este solo puede
generarse a través del conocimiento, de la educación de que hay “un Ojo que todo lo vé y un
Oído que escucha”, frente a los cuales todos los hombres deben rendir cuenta de sus actos.
Este código fue entregado a Noé y sus hijos luego del Diluvio, para garantizar que la humanidad
no habría de degenerarse nuevamente como la civilización prediluviana que provocó su propia
destrucción. Estas leyes, que ordenan el establecimiento de cortes de justicia y prohiben
idolatría, blasfemar, homicidio, incesto, robar, y comer partes de un animal vivo (crueldad a los
animales) son el cimiento de toda moralidad. Y se extienden, por medio de leyes derivadas de
estas, hacia todos los aspectos de comportamiento moral.
Una de las tareas es educar y estimular la observancia de estas Siete Leyes entre los pueblos.
La tolerancia religiosa contemporánea, y las aspiraciones de libertad mayores por parte de las
naciones, nos conceden una oportunidad única para perfeccionar la difusión másiva de estas
leyes. Pues es por medio de la adherencia a estas leyes, que son por sí mismas expresión de la
bondad Divina, que toda la humanidad puede unirse y mancomunarse en una responsabilidad
común con su Creador.
Esta unidad promueve la paz y la armonía entre todos los pueblos,
logrando de esa manera el objetivo supremo del bien. Como dijera el salmista: “Cuán bueno y
placentero cuando los hermanos moran juntos en unidad!”
Extrapolándola a nuestro tiempo y ambiente podríamos deducir:
- Que hay unas normas de convivencia humana que son válidas para todos los hombres.
- Que aunque se tengan normas más complejas, se ha respetar ese mínimo universal.
- Que todos los hombres tienen un mismo origen.
- Que no debe ofenderse las creencias de los demás siempre que no estén contra la norma mínima universal.
- Que no debe hacerse daño al prójimo ni en su integridad física ni en sus pertenencias.
- Que el hombre tiene una dignidad superior y no debe rebajarse a la animalidad ni en la comida ni en la sexualidad.
- Que la justicia debe estar garantizada por jueces y tribunales que apliquen un código conocido públicamente.
Creo que estos mínimos pueden caber tanto dentro del mundo laico como
del mundo religioso, y que buscando la concomitancia en ese mínimo se puede
intentar establecer una convivencia pacífica y respetuosa de credos y religiones.
Totalmente de acuerdo. El mundo necesita seguir leyes que respeten primeramente a Dios sobre todas las cosas y al projimo como a uno mismo.
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