La Pereza Busca Siempre Racionalizaciones
por Rav Elisha Coffman
Enseñanzas sobre crecimiento personal basadas en la parashá de la semana.
“Y los príncipes trajeron las piedras de ónice y las piedras para los engarces del efod y el pectoral; las especias y el aceite, para iluminación y para el aceite de unción, y las especias del incienso. Todos los hombres y las mujeres impulsados por sus corazones a traer para toda la obra que Hashem había ordenado hacer por medio de Moshé, los hijos de Israel trajeron una ofrenda voluntaria para Hashem” (Shemot 35:27).
Los versículos nos dicen que los príncipes se anticiparon al resto del pueblo judío en llevar sus ofrendas para la construcción del altar. ¿Por qué fue así? Rashí explica: “Rabí Natán dijo: ‘¿Qué motivó a los príncipes a donar para la dedicación del altar antes [que el resto del pueblo] y para la construcción del Mishkán no donaron primero? Los príncipes dijeron [sobre la construcción del Mishkán]: que la comunidad done y lo que falte, lo donaremos nosotros para completarlo…’. Ya que fueron flojos [al no donar de inmediato]…’”.
Rashí explica la razón por la cual los príncipes no donaron de inmediato para la construcción del Mishkán: por pereza. Cuesta trabajo aceptar la explicación de los sabios que cita Rashí. Aparentemente no fue por pereza que los príncipes se demoraron en dar para la construcción del Mishkán, sino que fueron motivados por un deseo de completar lo necesario para su construcción. Sus intenciones fueron inmejorables, pues ellos pensaron que no se lograría juntar todo lo que se requería y ofrecieron dar todo lo que hiciera falta para así garantizar la totalidad de los materiales para el Mishkán. Siendo así, ¿por qué los sabios señalan que fue por pereza?
Rabenu Bejayá Ibn Pakuda, quien vivió en España a mediados del siglo XI, escribió un libro clásico de musar llamado “Jobot halebabot”. En su introducción, él señala que después de planear escribir ese libro, consideró dejar de hacerlo arguyendo que no poseía la capacidad intelectual ni el dominio del idioma adecuado, temiendo que el escribirlo sólo lograría exponer sus propias deficiencias. Sin embargo, se dio cuenta que quizás esas razones fueron motivadas por pereza, para no salir de su zona de confort. Afortunadamente sí lo escribió, para beneficio de innumerables lectores a lo largo de 9 siglos.
La pereza es un defecto muy peculiar. Tal como señala el Ramjal en su libro Mesilat Yesharim: “Vemos con nuestros propios ojos cómo muchas veces el ser humano puede ser muy consciente de sus obligaciones y tiene claro lo que necesita para el perfeccionamiento de su alma… sin embargo, es flojo en su servicio Divino no por falta de conciencia ni por ninguna otra razón, sino por el creciente peso de la pereza que está sobre él”1.
Pero eso no es todo: no solamente es negligente con su servicio a Dios, sino que, a diferencia de otras personas que cometen errores, el perezoso racionaliza y niega su flojera. Tomemos por ejemplo a una persona que se enfureció contra otra persona. Si uno le señala que su furia fue desmedida o inadecuada, quizás tratará de justificar su arranque de enojo diciendo que en verdad fue necesario reaccionar de esa manera para darle una lección, pero al menos reconoce que se enojó. El perezoso no es así: inmediatamente tratará de demostrar racionalmente que no fue flojo, sino que no era necesario invertir el esfuerzo requerido para llevar a cabo lo que se precisaba realizar.
Tal como el Ramjal lo señala en ese mismo capítulo: “No puede ver cómo esos argumentos y explicaciones no surgen de una análisis racional, sino de su pereza, y cuando ésta crece desvía su razón y su inteligencia a grado tal que no pone atención a los que sí poseen sabiduría y buen juicio. Sobre esto escribió el rey Shlomó: ‘Un flojo es más sabio ante sus ojos que siete sabios’ (Mishlé 26:16)”.
Los príncipes tenían buenas intenciones, pero lamentablemente fueron, tal como dicen nuestros sabios, perezosos en llevar lo necesario para la construcción del Mishkán, arguyendo que era mejor esperar para así poder completar lo que el resto del pueblo no pudo contribuir. Ellos enmendaron posteriormente su error, pero nosotros no necesariamente lo hacemos. Si ellos pecaron de flojera, con mayor razón nosotros debemos ser atentos a no postergar lo que debemos hacer, inclusive con la mejor de las razones.
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