Las decisiones son sumamente importantes. A diario nos vemos enfrentados a tomar todo tipo de decisiones, pero, ¿En dónde aprendemos a tomar buenas decisiones? Algunos piensan que los padres son los primeros tutores que tenemos en la formación y deberían ser ellos los que nos orientaran en ese proceso. Pero, ¿Y qué pasa si ellos no saben y toman malas decisiones basados en una enseñanza errónea que se ha transmitido generacional o culturalmente durante muchos años?
Otros piensan que debería ser entonces la escuela la que logre corregir esa situación y enseñe a sus estudiantes a tomar buenas decisiones, al fin y al cabo se presentan como centros del saber, pero desafortunadamente, la realidad es que la enseñanza de las escuelas no se dedica a eso, al menos de manera intencionada, sino que deja su labor al repaso de contenidos, muchas veces carentes de sentido práctico y se ejerce la profesión solo para llenar unos requisitos dejando por fuera este aspecto tan importante para la vida.
Entonces vemos que aprendemos a tomar decisiones, basados en nuestras propias experiencias y en la experiencia transmitida por los padres, al fin y al cabo "Somos lo que hacemos repetidamente" como lo dijera Aristóteles.
Una persona promedio toma unas 35 mil decisiones diarias, desde la más elemental hasta las más complejas. Los expertos consideran que si realizáramos solo una pequeña mejora, estaríamos haciendo una gran diferencia en los resultados. Todo lo que estamos viviendo hoy en día, desde lo individual hasta lo global, es el resultado de decisiones que se tomaron en el pasado, así que todo cuenta.
¿Cómo cambiaría tu vida si pudieras tomar mejores decisiones?
Si tenemos en cuenta que tomar decisiones entre algo bueno y algo, evidentemente malo, pues la vida sería muy fácil. Pero si tenemos que elegir entre dos alternativas, o más, aparentemente buenas en diferentes aspectos, esto ya requiere un grado mayor de análisis y ahí es donde radica la dificultad. Considerar los elementos que se tiene frente a las distintas alternativas requiere que nuestra escala de valoración sea la correcta y que podamos medir las consecuencias de llegar a tomar esta u otra decisión. Aquí entra en juego una noción que se conoce como aprender a priorizar.
El Error Más Común: No diferenciar entre las decisiones consecuentes de las que no son consecuentes
Las decisiones NO consecuentes son aquellas que podemos revertir fácilmente, generalmente se pueden tomar de manera rápida y no requieren mayor gasto de tiempo y de energía. Este error es bastante frecuente cuando permanecemos en un nivel superficial del conocimiento de la vida, no prestamos la suficiente atención a lo que hacemos, sencillamente nos dejamos llevar por los acontecimientos. Según los sabios, es como dejar el control de nuestra vida al alma animal, actuar con impulsos básicos y elementales, únicamente reaccionando de manera instintiva ante todo acontecimiento. No es la mejor manera de vivir pero muchos lo prefieren así porque temen asumir la responsabilidad de su vida. Siempre será más fácil culpar a otros por los resultados.
A veces dedicamos una cantidad gigantesca de tiempo y recursos simplemente para tomar decisiones sencillas, y esto solamente logra complicarnos la vida. Le estamos dando demasiada trascendencia indebida a situaciones que no lo ameritan, o peor aún, estamos queriendo tomar decisiones por otros que si tendrían la responsabilidad de hacerlo.
- No dejes que los hechos adversos se interpongan en el camino de una buena decisión.
- El permanente optimismo es una fuerza multiplicadora.
- ¿Tienes una visión? Se exigente.
- Cuida los pequeños detalles.
- Se cuidadoso con lo que deseas, podrías conseguirlo.
- No te dejes llevar por tus miedos o por tus detractores.
- No puedes tomar las decisiones de los demás y tampoco debes dejar que nadie más tome las tuyas.
- Nada es tan malo como piensas, se verá mejor en la mañana.
- Comparte el crédito, se humilde.
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